Nací en La Antigua y aunque crecí en una de sus colonias, muy cerca del centro, pasados los 14 me llevaron a vivir a lo que en ese entonces veía como una jungla, «a las afueras» de la ciudad. Además de acostumbrarme a la vida de aldea, me acostumbré a los gruñidos del volcán de Fuego, a la forma en que las puertas y ventanas de la casa temblaban por las noches y a maravillarme con sus erupciones.
Durante las frías mañanas antes de salir de casa, o en las tardes de lluvia, contemplando el volcán, mi madre (que raramente compartía mi gusto musical), usualmente tarareaba conmigo una canción de Tango Feroz: el amor es más fuerte. Juntas lo observábamos.
Desde el jardín de mi casa — y subida en una escalera — he podido fotografiar muchas de las fases eruptivas del volcán a través de los años, es imposible negar que siento una fascinación enorme por esa enorme bestia furiosa.
El domingo de la tragedia, todos aquellos que usualmente nos organizábamos y corríamos a hacer fotos a Alotenango o a la cancha de El Rodeo cuando el volcán hacía erupción (especialmente por las noches) supimos que algo no estaba bien. Con el pasar de las horas, ante la magnitud de lo que estaba ocurriendo, se acabaron las bromas acerca de la ceniza y el pesar llegó y se instaló.
Me quedó muy claro que la vida de ninguno volvería a ser la misma. Algo que amo, acababa de matar a muchísimos, si no es que a todos. Sentí culpa. Es la única forma en que puedo describirlo. Y sí, observándolo desde casa, sonaba en mi mente: «Pueden robarte el corazón. Pueden lavarte la cabeza por nada. La escuela nunca me enseñó, que al mundo lo han partido en dos. Pero el amor es más fuerte».
Este fue mi pensamiento en ese momento y esta es mi confesión: yo amo a un gigante que acabó con todo a su paso.
El día de la tragedia, un colectivo de jóvenes de La Antigua se organizó para recolectar víveres, ropa y medicina. Yo no fui de las primeras en llegar (ni de las jóvenes), es más, llegué cuando pude, y me integré. Estar allí se sintió como tirarse de boca al mar y, hasta hoy, aún tengo la sensación de seguir nadando en aguas cambiantes. Desde ese día (y no sé hasta cuándo) hemos trabajado juntos muchos voluntarios, locales y extranjeros, personal y dueños de negocios y todos los que han querido hermanarse para cubrir todas las necesidades que se ha podido.
Luego, ya bien organizados, por una u otra razón, hemos ido y venido de la Zona 0. Allí nuestro grupo ha llevado comida a quienes están cuidando el área, a los rescatistas, a quienes están buscando a sus familiares usando sólo mascarillas y sus manos para quitar todo lo que se les atraviese en busca de paz y a grupos de personas que se organizaron para no abandonar sus terrenos y cuidarlos.
He visto pequeños bultos saliendo del área y he tenido que aguantar las ganas de llorar cuando se me ha explicado que van montones de huesos y cráneos (que jamás van a poder identificarse), que se han encontrado dispersos. Algunos cuerpos han resistido el material de los flujos piroclásticos y se han conservado. ¿Cuántos hay bajo las cenizas? ¿Cuántos van a seguirse consumiendo bajo el calor? No soy morbosa, pero no he encontrado más información en ningún medio y la he buscado.
¿Es que acaso la vida de los más excluidos, olvidados y desiguales no importa, ni cuentan, ni se buscan, ni siquiera se clasifican?
Nunca supe de la institucionalidad. Pago mis impuestos, soy una ciudadana y entiendo que el Estado, subsidiario, asiste y prioriza a partir de los derechos y obligaciones que tenemos todos y todas. Jamás imaginé que iniciaría un estricto control social en los albergues y que la ignominia y desdén hacia el ser humano, resultara en una especie de barbarie sin precedentes que ocurriría ante mis ojos, en donde los contrastes son escandalosos, restringiendo insumos, recontando vívires y ocultando cifras, olvidando nombres para finalmente sepultar entre las cenizas toda evidencia y sentenciarlos a la indiferencia.
¿Y qué otra cosa ha hecho este país con sus hijos e hijas? ¿Permitir la tierra arrasada, dejar impune cualquier clase de crimen y permitir a nuestra niñez enjaularla como aves del paraíso para ser exhibidos en el museo de la barbarie humana para proteger sus intereses a través de una política exterior?
Y si, he pedido números de los fallecidos y he encontrado silencios. He cuestionado a cuanta gente he podido y nadie, nunca, se atrevió a sugerir que fueran cientos los que faltaban, todos mueven la cabeza de un lado a otro cuando les fallan las palabras. Fotógrafos, periodistas locales, rescatistas, familiares y metiches, todos sabemos que ese es un cementerio que hierve a más de 100 grados, despojando ropas y carnes y dejando huesos y nadie dice nada. ¡Nos faltan muchísimos más!
No podemos revivirlos, no podemos encontrarlos enteros, pero si podemos reconocer que existieron, que fueron padres o madres, herman@s, hij@s y que, aunque no exista un dato exacto de catastro o un censo al día, sus vidas se extinguieron en una tragedia que ha cambiado todo. Y no, esta vez no hablo de una guerra, ni de un asesinato, sino de la desidia y complicidad del Estado para ocultarnos la verdad, fomentar la impunidad y la negligencia institucional.
Es indignante y triste a la vez leer en notas que se publican en el extranjero que la cifra es de 110 muertos en el momento que se decide suspender esfuerzos. Es mucho peor ver cómo se siguen acarreando huesos y no siguen subiendo las cifras. Para cualquiera que haya ido a reconocer a sus familiares, no recibir aún el cuerpo de muchos de ellos ha de ser un infierno.
Seguir diciendo que son sólo 110 muertos es decirle al mundo que no necesitamos ayuda porque no hay crisis que solventar más que arreglar una carretera y reubicar a un montón de gente.
Seguir mintiendo es privar a los miles que siguen vivos y dolidos de una ayuda digna que, obviamente, el gobierno nunca va a darles. Son cientos, son miles. Un periodista que hace su labor, que ha estado en la macabra Zona 0 ó en cualquier albergue puede escuchar historias horribles de todos los que faltan y «por donde se quedaron».
¿Y las víctimas dónde están? ¿Por qué vamos a permitir que nuestro silencio se entierre con el dolor de nuestra gente? Somos muchos, mucho más que eso y debemos levantarnos, de estas nuestras cenizas si es necesario. Aquí los muertos siguen vivos.
Este es solo el principio de un largo camino y no vamos a poder movernos sin ayuda que con la desinformación se acaba.
¡Pero el amor, el amor es más fuerte!
Vamos a seguir adelante, debemos seguir adelante. Juntos, como uno, sólo nos tenemos, sólo nos necesitamos, nosotros nos acuerpamos.
Si quieres ayudar, comunícate con Antigua al Rescate:
5701-3136
Escrito por Sofía Letona