El cielo empezó a oscurecerse, era mediodía, pensé que una tormenta se aproximaba; y así era, pero en lugar de lluvia, esta tormenta traía lava, ceniza, piedras, tragedia y dolor.
Al ver las noticias, supe que necesitaba hacer algo; mi esposo, un par de amigos y yo fuimos al supermercado más cercano a comprar víveres (agua, incaparina, frijoles enlatados). Manejamos en un pick-up 4×4 hasta Alotenango. Era de noche, toda la ceniza no te dejaba ver ni respirar normalmente. Las carreteras estaban realmente peligrosas, vimos muchos policías, ambulancias, soldados; podías sentir en el ambiente el caos.
Con muchas dificultades llegamos a un improvisado centro de acopio en la iglesia católica del pueblo. Eran cerca de las 10 de la noche y muchas personas corrían con máscaras tapando sus narices y bocas. Cuando bajamos del pick-up había una pequeña mesa con un par de cajas de sopas instantáneas y agua embotellada. Dimos las cosas que habíamos comprado y la gente que estaba ahí, con miedo, confusión y esperanza; nos dijeron: necesitamos ropa, azúcar y café. En todo el camino de regreso, los cuatro nos fuimos en silencio. Sentimos la tristeza viniendo de esa erupción del volcán, golpeándonos en el corazón.
Al día siguiente, sabía que necesitábamos hacer más; así que empecé a pedir por ayuda y mucha gente amable y noble nos abrieron sus manos y confiaron en mí sus donaciones. Empecé a recibir comida, agua, medicinas, zapatos, pañales, toallas húmedas; lo que se te ocurra. Enviamos el primer pick-up lleno de cosas a un albergue en Escuintla. A media noche un amigo y mi primo manejaron hasta ahí. La gente recibió la ayuda con agradecimiento. Y seguimos. Enviamos un total de cinco pick-ups. Cada vez que ellos llegaban a los diferentes albergues en Escuintla, más cosas se necesitaban.
Una doctora voluntaria en el albergue en Alotenango (que pertenece a un Grupo de Mamás en Facebook junto conmigo) empezó a pedir cosas específicas que necesitaban. Y logramos ayudar con todo. Yo estaba sorprendida del buen corazón de todas las personas que no dejaron de ayudar.
Después de cuatro días comprando, recolectando, enviando ayuda y orando; tuve tiempo de ir al albergue en Alotenango. Cientos de personas estaban ahí (voluntarios, albergados, donantes). En el parque central del pueblo había un funeral, dos vecinos del lugar murieron por el flujo piroclástico. Y aún con todas las personas que habían, carros, soldados, policías; todo estaba tan callado y triste. Muchos ojos sin esperanza, nos veían.
Los Guatemaltecos se pararon, todos juntos y ayudaron; personas de todos los niveles económicos llevaron su ayuda al centro de acopio más cercano, a los rescatistas trabajando, a los soldados ayudando. Me imaginé esta acción como un abrazo gigante, cálido que uno recibe de alguien que ama, después de un día realmente duro.
Con lágrimas en mis ojos quiero agradecer a todas las personas que actuaron y ayudaron. Estoy inmensamente agradecida con los policías, rescatistas y voluntarios que arriesgan sus vidas cada día para ayudar a otros.
A todas las personas afectadas, después de esta tormenta se levantarán y más fuertes; nunca pierdan la fe.
Como ayudar a las víctimas de la Erupción del Volcán.